FUMAR, una historia de amor
Mi romance con el cigarro empezó cuando tenía 15 años, es cuando lo conocí por primera vez. No puedo decir que fue amor a primera vista, al contrario, al principio me pareció repugnante. Pero después de algún tiempo de coquetear conmigo finalmente me rendí ante sus encantos.
En poco tiempo me convenció de que estar con él me hacía ver maduro e interesante, mejoraba mi imagen y me hacía sentir seguro de mí mismo.
Unos años más tarde, mientras estudiaba fue mi apoyo incondicional, nadie más me acompañaba cuando tenía que pasar noches en vela estudiando para un examen.
Ya más grande, cuando trabajaba en una empresa importante, el cigarro era mi escape en los momentos de estrés e incluso me ayudaba a controlar el hambre si estaba en medio de un proyecto importante y no tenía tiempo de salir a comer. Si no podía encontrar la solución a algún problema, sólo necesitaba tomarme un break para consultarlo con mi mejor asesor.
Si estaba triste nada me daba mayor consuelo que fumar un cigarro. Si lograba algo importante ahí estaba él para festejar los momentos de éxito.
Parecía que esta historia de amor iba a durar toda la vida, que sería eterna.
Desafortunadamente empezaron los problemas, poco a poco la relación se fue deteriorando y acabó por desgastarme…
Falta de energía y cansancio permanente. Tos y ardor en la garganta. Un desagradable olor en mi ropa, en mis manos, en mi coche, en mi casa. Los dientes manchados.
Pero lo peor de todo: una sensación permanente de que me estaba auto-destruyendo, de no poder dejar de hacer algo que no me gustaba y que sabía que me estaba haciendo daño. Me sentía completamente esclavizado por el mismo que alguna vez pensé que era mi mejor amigo.
Pero, ¿cómo dejar de fumar? Estaba convencido de que sin el cigarro la vida no sería igual, que no tendría sentido. Vivía con miedo permanente: miedo a seguir fumando y miedo a dejar de fumar.
Afortunadamente nunca es tarde para abrir los ojos y escapar de una relación tormentosa. Sólo fue necesario asistir a un curso de Allen Carr y seis horas bastaron para darme cuenta del engaño en el que había vivido. Me di cuenta de que todo el “placer y apoyo” que yo creía que me daba el cigarro no eran más que engaños sutiles creados por la adición a la nicotina.
Entendí que no lo necesito para estar bien, igual que no lo necesitaba antes de conocerlo, y que no iba a pasar absolutamente nada si lo dejaba.
Han pasado más de 15 años y la verdad es que no lo he extrañado ni un solo día, al contrario me siento más feliz y mejor que nunca.
¿Y tú? ¿Qué historia de amor tienes con el cigarro?